domingo, 3 de mayo de 2009

Acerca de la integridad

Llevo mucho tiempo meditando acerca de la integridad. ¿Qué significa este concepto? ¿Qué relación existe entre lo que pensamos – nuestros ideales, nuestros valores – con la acción inmediata que se manifiesta en cada minuto de nuestras vidas? ¿Es posible actuar siempre de una manera coherente y consistente con nuestras ideas? Y quizá lo más fundamental del tema - ¿qué valor tienen nuestros ideales si sólo existen en el mundo abstracto de las ideas? ¿Qué importancia puede tener una idea, una postura, una opinión, si en la vida práctica se ve nublada y desahuciada, aplastada, ignorada? A mi parecer, ninguna.

Reitero: ¿cómo conciliar lo que pienso con lo que hago? ¿Cómo conseguir esta armonía? Soy de la idea de que todo lo que sucede en el mundo fruto del producto humano forma parte de un sistema homogéneo que todo lo incluye. A saber, yo soy partícipe de absolutamente todo lo que sucede; guerras, avances tecnológicos, cultura, partidos políticos, deporte, pobreza, desigualdad, artes, genocidio. Indudablemente, la compleja evolución del proceso histórico solamente puede llevarse acabo a través de la participación, conciente o inconciente, de todos los seres humanos. Sartre lo explicaba mejor: ‘estamos condenados a la libertad’. ¿Cómo desligarme de los sucesos del mundo, si es precisamente aquí donde yo aprendí a hablar y a pensar? ¿Cómo desprenderme de tal responsabilidad? ¿Acaso no hay una contradicción de principios en la idea de que puedo utilizar el transporte público de la ciudad, puedo llamar al departamento de bomberos si se quema mi casa, pero la ocupación de Irak me es ajena? ¿Acaso yo sentado en mi casa, cerrando los ojos, alienándome del mundo no estoy tan involucrado en la ocupación de las tierras palestinas como lo está el ejército Israelí?
Encuentro sumamente conveniente y cómoda la postura y la práctica de alienarse y desentenderse de las cosas complejas. Mas, no pensar en el tamaño de nuestra responsabilidad de ninguna forma nos quita esta responsabilidad. Hay mucha sabiduría en Marx cuando dice: ‘no se trata de comprender el mundo, lo que se trata es de transformarlo’.

Creo sinceramente que todo lo que sucede es un producto directo de nuestra acción, y de nuestro voto; es decir, de nuestra intervención. Es importante entender también, que el voto como lo entendemos hoy, no es más que un trámite burocrático dentro de un esquema institucional obsoleto. Es interesante, me parece, como al pulsar un botón para elegir a un candidato presidencial sentimos que votamos y que participamos activamente en la creación de nuestra realidad – pero no logramos comprender que cuando compramos diamantes, también votamos por una guerra; cuando nos quedamos sentamos viendo como el ejército de EE.UU. invade y ocupa el medio oriente, al no formar parte de una resistencia, también elegimos y votamos por esta guerra. Sin más, nuestra falta de interés y desconexión con temas como estos son tan parte de la guerra como el soldado que dispara. ¿Cómo cerrar los ojos ante esto?
He estado estudiando la revolución Rusa. Durante trescientos años la monarquía de los Romanov dominó la inmensa mayoría de los recursos y las tierras de Rusia, mientras que la gran mayoría de la población moría de inanición. ¿Acaso toda la gente que no lucho por su independencia durante todo el período previo al derrumbamiento de la monarquía no elegía ese sistema, de alguna manera? ¿Acaso los movimientos políticos que desencadenaron los sucesos de Octubre de 1917 no eligieron otro sistema, y así llevando su esfuerzo hasta el límite, cambiaron la realidad de sus vidas? ¿Qué hubiera sucedido si toda aquella gente que se manifestó, y se organizó para producir el cambio se hubiera quedado sentada en su casa? Probablemente, el sistema de los Zares hubiera dominado por muchos años más. Más allá de la especulación, ¿Cuál es la lección que nos brinda la historia? Cuando las personas se interesan, se congregan y se organizan, pueden cambiar la realidad.

En realidad, nuestras acciones son el verdadero voto; nuestro comportamiento y nuestras tendencias en el día a día, acumuladas globalmente son el factor principal que determina absolutamente todo lo que existe y lo que no existe.
Analicemos un ejemplo concreto: La iglesia católica. Más allá de creer en Dios, o de discusiones acerca de la espiritualidad, creo que es indudable que como con cualquier otra institución, la iglesia católica existe porque hay gente que quiere que exista. Todo producto existe porque hay personas que lo consumen. Estas personas son las que hacen que ese producto exista, y nunca al revés. Millones de personas entran a las iglesias todos los días, rezan, donan, la votan, la eligen, ayudan a que se mantenga firme, y haciendo todo esto, legitimizan esa institución. Está bastante claro, creo, que si a partir de mañana ninguna persona en el mundo entrara físicamente a las iglesias, éstas dejarían de existir. ¿Cuál sería su razón o su fuerza de ser, si no hay nadie que las frecuente? Como con cualquier otro producto, ¿me equivoco?
¿Qué sucedería si todos los aficionados del F.C. Barcelona dejaran de ver los partidos, de comprar sus camisetas y de hablar del tema? Esa institución dejaría de existir, y seguramente aparecería otra. La conclusión a la que trato de llegar es que todo lo que existe, existe porque nosotros lo votamos y lo elegimos – así fabricamos sus legitimidad.

Lo que me parece más inquietante de todo es que no somos concientes de esto. Damos por hecho las cosas que existen sin preguntarnos por qué están ahí. Aún más grave es que por ignorancia o comodidad, ignoramos las cuestiones más fundamentales. Volviendo al ejemplo de la Iglesia católica, ¿quién de nosotros piensa, al entrar a la iglesia, que esta misma institución que legitimamos – por el mismo acto de entrar en el establecimiento, comprar crucifijos, escuchar a las autoridades eclesiásticas, bautizarnos, etc. – es la misma institución detrás de la inquisición y las cruzadas? ¿Qué católico piensa en esto cuando entra en la iglesia? Siguiendo el mismo razonamiento, creo que si yo me tatuara la cara de Stalin en el brazo, o si me inscribiera en un partido Nazi, mucha gente me preguntaría ¿por qué has hecho eso? ¿Acaso no sabes todas las atrocidades que se hicieron bajo ese nombre? Yo pregunto lo mismo. ¿Quién osará una respuesta? ¿Acaso al no oponerme a la institución de la iglesia católica no estoy legitimando una institución asesina? Reitero que hay tanta documentación sobre estos temas, que es difícil que alguien no comprenda esta relación. Lo que si puedo comprender es que ignoren esta relación.

Y ¿cómo conciliar esto con mi integridad personal? ¿No sucede lo mismo con la guerra, y la desigualdad? ¿acaso mi negligencia no es lo mismo que ponerme el uniforme militar?

Vale-

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